En nuestro país, el siglo XVII
representa la culminación del arte y la pintura española, coincidiendo con el
Siglo de Oro de las letras. Curiosamente, se enmarca en un contexto histórico
de crisis a nivel político, económico e institucional, a partir del declinar de
la monarquía de los Austrias, representada por Felipe III, Felipe IV y Carlos
II, y de la pérdida del prestigio internacional del Imperio hispánico. Es
también el siglo del desarrollo de la Contrarreforma, acorde con el espíritu
nacional, que marcará poderosamente el ambiente creativo del momento.
Durante el siglo XVII aparecen
las personalidades más fuertes del arte nacional (Ribera, Zurbarán, Murillo o
Velázquez), condicionadas por la limitación que supone la carencia de una
pintura mitológica, al no existir otra clientela que la religiosa y la
cortesana. La temática, por tanto, es el elemento clave de nuestra pintura,
predominando lo devocional, aunque sin despreciar lo profano: bodegones,
cuadros de género, fiestas, paisajes, históricos, etc., en ocasiones cargados
también de simbolismo moral. Todo ello caracteriza las obras del momento hacia
un naturalismo
equilibrado, en el que lo imaginativo y lo fantástico apenas tienen
cabida, y una sencillez de composición y líneas, y la escasa violencia de las formas
en comparación con el resto de Europa.
La historiografía artística advierte
una evolución histórica del periodo a través de dos etapas:
- - La primera, del barroco inicial, se
desarrolla durante la primera mitad del siglo y se caracteriza por el predominio del naturalismo tenebrista
de influencia italiana (Caravaggio), preocupado por el realismo y la iluminación,
y cuyo origen en España debemos situar en El Escorial, particularmente en la
obra de Navarrete, desde donde se difunde a través de cuatro focos: Sevilla
(Pacheco, Zurbarán y Alonso Cano), Toledo (Tristán, Sánchez Cotán y Pedro
Orrente), Valencia (Ribera y Ribalta) y Madrid (los Carducho). Especial
significación por su repercusión posterior tienen las figuras de José de Ribera y Francisco de Zurbarán. El primero, afincado en Nápoles es fiel seguidor
del claroscuro caravaggista, que interpreta a través de una versión personal
más exagerada y crispada caracterizada por una pincelada espesa muy peculiar (Martirio de San Bartolomé o San Esteban).
Zurbarán es el pintor monástico por excelencia, lo que se traduce en una
pintura de extrema sencillez y severa monumentalidad en sus series de frailes (San Hugo en el refectorio de los cartujos…)
o en sus bodegones de poderosos volúmenes conseguidos a base del contraste
entre sombra y luz.
- - En la segunda mitad de siglo, durante el Pleno
barroco, asistimos a la difusión de los modelos flamenco-rubenianos y a un
giro de la Iglesia hacia lo opulento, que se traduce en una pintura más dinámica,
colorista y luminosa que pervive hasta el siglo XVIII. Dos centros: Sevilla
(Murillo y Valdés Leal) y Madrid (Rizzi; Carreño y Lucas Jordán). Especial
significación, por su enorme popularidad, merece la obra de Bartolomé Esteban Murillo, pintor que
encarna el gusto y la devoción de la burguesía popular andaluza lo que se
traduce en la delicadeza y sentimentalismo de sus obras. Es, por excelencia, el
intérprete de los temas religiosos: las Inmaculadas y el Niño Jesús; pero
además, pintor de género realista con escenas llenas de picardía y gracia que
rehuyen la expresión de la miseria social (Niños comiendo uvas y melón).
-
- - En este contexto destaca sobremanera la figura
de Diego Rodríguez de Silva y
Velázquez, uno de los grandes genios de la pintura universal, quien
supera en modernidad y amplitud los límtes del barroco.
Cronológicamente
Velázquez se encuentra a caballo entre el realismo de la primera etapa y el
barroquismo de la segunda, aunque su carácter de hombre culto, sus viajes a
Italia y su condición de pintor de corte le sitúan también en la frontera de un
clasicismo muy escaso en nuestro país por la inexistencia de una burguesía
intelectual y el hecho de que la aristocracia suela encargar ese tipo de obras
en Flandes o Italia. A lo largo de su obra se observa la influencia en un
primer momento de Pacheco y Herrera el Viejo, en su composición e iconografía.
Y, a través del tiempo, de Miguel Ángel, Durero, El Greco, Tiziano y Ribera,
así como de grabados flamencos. Contra lo que se creyó en un principio también
él influye sobre un amplio círculo, particularmente sobre la Escuela madrileña:
Claudio Coello, y posteriormente sobre Goya y los realistas e impresionistas
del s. XIX. Su casi coetáneo Lucas Jordán decía de Las Meninas que era “la teología de la pintura” y mucho después
Edouard Manet, padre del impresionismo hablaba de él como “el pintor de
pintores”.
La
historiografía artística tradicional divide su producción cronológicamente y
desde un punto de vista esencialmente geográfico en seis etapas:
1ª) Etapa sevillana. Dura plasticidad y
tenebrismo. Bodegones, retratos y cuadros religiosos, en muchas ocasiones
confundidos: "El aguador", "Vieja friendo huevos".
2ª) Primera etapa madrileña (1623-28). Se
establece en Madrid como retratista: influencia de Tiziano: el "Retrato de
Felipe IV" le abre las puertas de la Corte y le pone en contacto con la
nobleza. Deja atrás el tenebrismo, reduce la temática religiosa e introduce
temas mitológicos: "Los borrachos" (1628), aunque tratados aún como
cuadros de género. Influido por Rubens viaja a Italia:
3ª) Primer viaje a Italia (1629-30). Aclara
la paleta y la pincelada se hace más fluida. Se interesa por el desnudo, el
paisaje y la perspectiva aérea: "La fragua de Vulcano".
4ª) Segunda etapa madrileña (1631-1648). A
lo largo de esta etapa observamos varios tipos de obras: religiosas, cortesanas
(“Baltasar Carlos a Caballo”, “Retrato ecuestre del Conde Duque de Olivares”, “La
Rendición de Breda”, basado en el texto de Calderón: El sitio de Breda) y
alegóricas. En ellas, Velázquez emplea una pincelada más fluida, una paleta más
profunda y de efectos pictóricos que experimenta en sus retratos de bufones: “El
niño de Vallecas”.
5) Segundo viaje a Italia (1649-50).
Retratos: "Inocencio X", prefiguración del Impresionismo.
6) Período final (1651-60). Regreso a
España, paleta líquida y pinceladas rápidas y gruesas. Retratos y cuadros mitológicos,
donde la perspectiva aérea y el tratamiento del espacio ilusionista llega a su
culminación:. "Las Meninas", retrato en acción de la Familia Real.
"Las Hilanderas", un tema mitológico (Palas-Aracne) representado a
través de una escena cotidiana de taller. Además de pintor de cámara, Velázquez
fue aposentador mayor del reino, dirigiendo la administración de obras
arquitectónicas y la decoración de los salones palaciegos. Al margen de
influencias, tres pintores se hallan íntimamente ligados al taller de
Velázquez: Antonio Puga, Juan Pareja y Juan Martínez del Mazo, quienes
recogerán su estilo de manera superficial.