Ha llegado a ser evidente que nada en arte es evidente.
T. Adorno.

lunes, 23 de abril de 2018

UNIDAD 11. EL ARTE DEL SIGLO XIX: INDUSTRIALIZACIÓN, REALISMO, IMPRESIONISMO Y MODERNISMO.

EL IMPRESIONISMO. CARACTERÍSTICAS GENERALES.


El último tercio del siglo XIX asistió al nacimiento del Impresionismo, un movimiento que supondría una revolución en el modo de observar la naturaleza y plasmarla en el objeto artístico.
Como primer referente, se denominó impresionistas a un grupo de artistas organizados al margen y como alternativa del Salón Oficial, y unidos en una Sociedad Anónima Cooperativa de la que surgió la primera exposición del grupo en 1874 -en el taller del fotógrafo Nadar- que se repetiría en otras siete ocasiones con participación variable (1876, 1877, 1879, 1880, 1881, 1882 y 1886).
El estilo impresionista, sistematizado vagamente en las conversaciones de algunos de sus miembros en el taller de Gleyre o el café Guerbois, germinó en una pintura de paisaje al aire libre, que emulaba a Corot  y a los paisajistas de la Escuela de Barbizón. Sin embargo, los nuevos pintores abandonaban la retórica de lo sublime y lo sentimental, despojando a sus obras del misterio y la nostalgia de aquéllos en favor de una mirada más objetiva. Para conseguirlo, prescindían de la luz indirecta, uniforme y constante del taller en busca de una luz solar directa, más brillante e intensa, más variable y difícil de plasmar. El plenairismo, experimentado ya por los pintores de Le Havre (Boudin, Jongkind) estuvo favorecido por la difusión de las pinturas en tubos de estaño desde mediados de siglo; su utilización propició el trabajo rápido a través de amplias pinceladas, consistencia pastosa y factura alla prima.
Este hecho hace del Impresionismo un estilo colorista, tendente al uso de colores vivos y puros. La paleta impresionista se benefició de los colores sintéticos inventados a mediados de siglo, que fueron aplicados en su nueva concepción de la luz. Los impresionistas conocían las teorías ópticas de Eugène Chevreul sobre la descomposición de los colores, la yuxtaposición de complementarios y su combinación en la retina. De forma empírica, les preocupó la representación de los efectos lumínicos en el tiempo sobre un mismo objeto, hasta tal punto que sus temas, escenas de naturaleza y cotidianas, solían ser aisladas de la realidad para resaltar exclusivamente sus cualidades plásticas.
Dada la escasa regularidad de las ordenaciones que se han elaborado sobre los artistas impresionistas, podríamos establecer una clasificación que reconocería tres grupos:
a)       Una primera generación de artistas nacidos en torno a la década de 1830, que en algunos momentos participaron del impresionismo, pero sobre todo de una admiración notable hacia el padre del mismo, Edouard Manet: Degas, Renoir, Bazille y Cezanne.
b)       Los impresionistas genuinos, que se mantuvieron fieles al estilo durante toda su producción: Claude Monet, Camille Pisarro, Alfred Sysley y Berthe Morisot.
c)       Una segunda generación, que agrupa a artistas nacidos en torno a 1850, defensores de los postulados postimpresionistas: Seurat, Signac, Gauguin, Van Gogh y Toulouse-Lautrec y que anticipan, en muchos casos, el arte de las vanguardias.

Aunque el impresionismo es un movimiento fundamentalmente pictórico ejerció en las décadas finales del s. XIX una gran influencia en la literatura, la música y la escultura. Esta última asistió también a una profunda renovación que, desde la realidad, conducía a una nueva visión sugerente y fugaz de las cosas. Medardo Rosso, Edgar Degas, y sobre todo, Auguste Rodin, abundan en la construcción de esta nueva escultura sugestiva, de formas inacabadas o concebidas como una realidad fragmentada.
La influencia del impresionismo se extendió también por otros países occidentales, al tiempo que París se convertía en capital artística del mundo. En España, la asunción del impresionismo se realizó por una doble vía. La primera, el interés que en alguno de estos pintores –es especial Edouard Manet-  despertaron Goya, Velázquez o el Greco; la segunda, los viajes a Francia que se tradujeron en la importación del plenairismo y el interés por el paisaje de pintores como Aureliano Beruete o Darío de Regoyos, y el tratamiento luminista de la luz de Joaquín Sorolla.

EL POSTIMPRESIONISMO.
A finales de la década de  1880 el impresionismo había entrado en crisis: el ilusionismo naturalista que representaba no podía durar eternamente. En este sentido, Seurat, Cezanne, Gauguin o Van Gogh representaban la salida al “atolladero” en el cual, en palabras de Renoir, había caído el impresionismo arrastrando con él a alguno de sus pintores más significativos.
Pisarro fue consciente de que dicha renovación podía pasar por la nueva técnica pictórica aplicada por Georges Seurat y consistente en reemplazar la mezcla de pigmentos por la mezcla óptica, descomponiendo los tonos en sus elementos constitutivos. En lugar de la pincelada fortuita y variable se utilizaba una aplicación uniforme de la pintura por puntos (de ahí el término puntillismo). En lugar de mezclar los colores sobre la paleta, aparecían yuxtapuestos sobre la tela (de ahí el término divisionismo). En 1886 el crítico Félix Fénéon acuñó el término neoimpresionismo, que llevaba implícita la idea de reforma del estilo anterior. El también pintor Paul Signac lo definía así: “la técnica de los impresionistas es instintiva  e instantánea, la de los neoimpresionistas es deliberada y constante”.
Sin embargo, esta conciencia de crisis no se limitó únicamente a una renovación técnica, sino también conceptual de la pintura. Quizá en este sentido el artista más destacado sea Paul Cezanne, quien se consagró a resolver los innumerables problemas artísticos que su época planteaba. Pretendió “llevar el impresionismo a los museos”, es decir, hacerlo estructurado y sólido, sacándolo de la retórica monótona a la que había llegado. Por su parte, Vincent Van Gogh concibe la pintura como una búsqueda desesperada de la luz y de la expresión emocional. Eligió la soledad de Arlés para llevar a cabo la mayor parte de su obra, constantemente interrumpida por crisis espirituales y mentales. Por primera vez  emplea la pincelada para expresar la subjetividad y la agitación interior. Su amigo Paul Gauguin  de carácter muy distinto, fue un autodidacta convencido de que el arte estaba en peligro de volverse rutinario porque había perdido la intensidad y espontaneidad. Buscando soluciones a estas propuestas viajó a Bretaña y a Tahití, donde realizó un arte exótico y primitivo, de contornos simplificados y compuesto por grandes manchas de color de tonos fuertes y planos.

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