2.4. CARACTERÍSTICAS Y EVOLUCIÓN DE LA ESCULTURA GRIEGA.
La
escultura alcanza una importancia extraordinaria dentro del arte griego, tanto
por las novedades que introduce como por servir de referencia formal a toda la
estatuaria posterior. Ya es significativo que a la arquitectura se le asignen
“valores escultóricos”, lo que confirma que la escultura tuvo una
preeminencia fundamental en el contexto del arte griego, como demuestra la
especial consideración de los escultores por encima del resto de los artistas y
el hecho de que los griegos intentasen expresar a través de ella su
sensibilidad y su ideario de belleza.
Esencialmente
se trata de una escultura antropomórfica, que exalta el ideal del hombre
perfecto a través de la armonía y la proporcionalidad del cuerpo, a la que se añade
una perfección espiritual representada por su abstracción expresiva. Se
trabajan distintos materiales, siendo los más significativos el bronce y
el mármol, y diferentes tipologías, pudiendo encontrar interesantes
ejemplos exentos, así como de relieves asociados a las grandes arquitecturas.
A) La escultura
arcaica.
El
origen más remoto de la estatuaria griega hay que buscarlo en las viejas y
veneradas imágenes de madera (xóanas) de las que nos
hablan las fuentes. Posiblemente se tallaron en madera de árboles considerados
sagrados para, más tarde, repetirse en ídolos de terracota y piedra caliza,
primero, y bronce y mármol, después. A estas primitivas esculturas se le
fueron añadiendo rasgos derivados del contacto con otras civilizaciones como
consecuencia del proceso de colonización, fundamentalmente Egipto. La escultura
egipcia se impuso así como punto de partida para la estatuaria griega, aunque los
artistas helenos no tardaron en adecuar dichos modelos a su peculiar sentido de
la belleza formal y de la proporción, concebida en este primer momento del arte
griego como una lucha de opuestos.
Quizá
por eso, los motivos que barajaron los escultores en un primer momento fueron
poco variados y contrapuestos: el joven atleta desnudo (kouros) como tema predilecto; la mujer joven vestida (koré); y en menor medida, figuras de
monstruos mitológicos y animales. Kouroi
y korai poseen un sentido genérico y
ambiguo. Son estatuas de varonía o feminidad, representados en la
flor de la vida. Y así, adquieren múltiples funciones: son imágenes
adecuadas para representar a un dios –Apolo o Atenea-, pueden ser exvotos
agradables para la divinidad, representaciones de imágenes para una tumba, a
símbolos identificativos de una ciudad, de un linaje familiar o de una victoria.
Todas ellas son figuras arquetípicas, volumétricas y de gran geometrismo;
acusan una pronunciada frontalidad y destaca sobremanera el tratamiento
de unos rostros estereotipados de ojos globulares y sonrisa enigmática.
Los modelos masculinos iniciales suelen ser de grandes dimensiones y rasgos muy
acusados (como por ejemplo la pareja de Cleobis
y Bitón del museo de Delfos), evolucionando con el tiempo hacia medidas más
próximas al natural y una mayor delicadeza en el tratamiento de las anatomías y
la musculatura (caso del kuros de
Anavyssos). Los modelos femeninos, son de menor tamaño del natural,
evolucionando desde las formas más austeras de la Dama de Auxerre (s. VII aC.), hasta las más
insinuantes de la koré del Peplo o
las korai del museo de la Acrópolis.
Derivadas
de estas esculturas son aquellas que introducen escenas con animales,
dotándolas de una incipiente narrativa, como el oferente del carnero o Mocóforo, o el jinete Rampin sobre su caballo.
Al
margen de estas esculturas que caracterizan el periodo, no debemos olvidar
la existencia de una estatuaria asociada a las estelas funerarias, así como la
ejecución de los primeros programas decorativos de las grandes arquitecturas:
tímpanos, metopas y frisos.
B) La escultura
clásica.
En
la primera mitad del s. V aC. se asiste a una evolución de la escultura que va
a liberarse progresivamente de la rigidez y el estatismo del periodo arcaico, desarrollando
pautas y criterios más ágiles y dinámicos que anticipan lo que habrá de ser el
pleno clasicismo de la mitad del siglo. A este periodo se le denomina periodo o
estilo severo, que se
refleja en los rostros serios y ensimismados de los personajes representados,
llenos del ethos o solemnidad que
subyace de las repercusiones que los efectos de las Guerras Médicas dejan
traducir en el arte.
Frente
al auge del mármol en la época arcaica, el siglo V desarrolla las técnicas
del bronce para la escultura exenta. Se aplica ahora el procedimiento
llamado a la cera perdida: el bronce fundido sustituía a la cera derretida,
previamente introducida en un núcleo de arcilla. Entre las esculturas de bronce
cabe señalar el célebre grupo de los
Tiranicidas Harmodio y Aristogeitón, el dios hallado junto al cabo Artemisión, Poseidón o Zeus para
otros autores, y el célebre Auriga de
Delfos. La figura del auriga guía serenamente su cuadriga tras la carrera
en el solemne momento del triunfo. Su actitud contenida y su rostro evocan el ethos y la concentración reservada
típica del estilo severo, vuelto levemente hacia un lado, indican la árete, la virtud, propia del vencedor
atlético.
A
mediados del s. V se produce el momento de mayor esplendor de la escultura
griega:
el clasicismo pleno, tanto en
el número como en la calidad de las obras y sus autores. Es el siglo de
Pericles que engrandece la Atenas democrática, pero es
también la etapa de autores universales como Mirón, Policleto y Fidias.
Gracias a ellos la escultura se convirtió en la expresión más sublime del arte
griego. La belleza de los cuerpos, la proporción de las formas, la agilidad de
movimientos y la conquista de las expresiones, de acuerdo con los más profundos
sentimientos, en consonancia con los ideales filosóficos platónicos, fueron
algunos de los principales logros alcanzados a partir de entonces en la gran
estatuaria.
Mirón de Eleutere cultivó
exclusivamente la escultura en bronce. Su preocupación primordial fue la
captación del movimiento instantáneo y su veraz reflejo en la composición,
en las actitudes y en la anatomía. Se le han atribuido entre otras obras el grupo de Atenea y Marsias, esculturas de
Hércules, Perseo y Apolo, y varias
estatuas de atletas entre las que sobresale el célebre Discóbolo: el lanzador de disco. La escultura fija un tiempo
sintético en el que pasado y futuro confluyen en un instante simétrico, creando
una secuencia temporal o “ritmo”.
Policleto de Argos quiso
reproducir en sus esculturas un modelo de realidad sin imperfecciones. Como
el filósofo y matemático Pitágoras, que veía en el universo una armonía de
números, Policleto creyó en una realidad superior basada en proporciones
matemáticas. Escribió un tratado, el Canon,
sobre las relaciones numéricas y la simetría o relación entre las partes
del cuerpo humano para alcanzar sus proporciones ideales. Y encarnó su
teoría en una escultura en bronce: el Doríforo,
que conocemos por numerosas copias romanas en mármol. Es un joven desnudo que lleva la pesada lanza
heroica –dory- en su mano izquierda,
doblando el brazo izquierdo por el codo, mientras el derecho cae relajado junto
al cuerpo. La medida y ponderación de fuerzas diversas conlleva una precisa articulación
del cuerpo atlético. En el Diadúmeno,
el joven que se anuda sus cintas de atleta con ambos brazos extendidos,
Policleto acentuó su preocupación por el cuerpo de belleza perfecta recurriendo
a la mayor riqueza de movimientos y equilibrios de una figura en aspa.
Fidias fue el principal
coordinador y supervisor de las obras del Partenón, donde se concentran sus
mayores logros.
La
estatua de Atenea Partenos, la
escultura crosoelefantina de más de 12 metros de altura que presidía la cella del
Partenón. Los tratadistas antiguos la celebraron como su obra más emblemática, que hoy conocemos
a través de copias romanas muy deformadas. Fidias dirigió la decoración de las
metopas, el friso interior y los frontones del templo, si bien en su mayoría
fueron realizadas por los discípulos de su taller. En todas estas esculturas
queda patente el genio del escultor, la exquisita armonía de sus figuras,
sus composiciones equilibradas, el tratamiento de los cuerpos proporcionados,
sus delicadas anatomías, sus formas elegantes y un rigor extremo en el
tratamiento psicológico de los personajes que se aleja definitivamente de
la inexpresividad severa para conseguir un sutil equilibrio espiritual. La
perfecta plástica de las obras fidíacas queda ejemplarizada en el tratamiento
especial de los paños, elemento que el utiliza con todo su caudal expresivo
gracias a la técnica de los “paños mojados”. Tras caer en desgracia, se
refugió en Olimpia donde realizó la célebre estatua de Zeus, considerada como una de las siete
maravillas del mundo antiguo.
Superado
el momento de esplendor del clasicismo, durante el siglo IV aC. asistimos a
un amaneramiento de las formas, la estilización de los cánones, la acentuación
del movimiento y la pérdida de la ortodoxia en el equilibrio, armonía y
proporción de las imágenes: el
clasicismo tardío. El fenómeno es paralelo a la crisis de Atenas como
consecuencia de la Guerra
del Peloponeso, y por ende de los ideales platónicos, que son sustituidos
por una visión más pragmática e individualizada del arte. La nueva
estatuaria está reflejada a través de tres de sus artistas principales:
Praxíteles, Scopas y Lisipo.
Praxíteles eligió como
material preferente para sus creaciones el mármol, a través del cual expresa la
gracia (charis) femenina y de la
adolescencia. Es el escultor de la sensualidad contenida, buscada
intencionadamente como contrapunto a la solemnidad del periodo anterior. Se
considera obra salida directamente de sus manos el Hermes con Dioniso niño de Olimpia. De sus creaciones,
inconfundibles por las curvas que describen las caderas de sus personajes
(curva praxitélica), se conservan numerosas copias que gozaron de gran demanda
en época romana.
Scopas, contemporáneo del
anterior, logró reflejar en sus obras los estados del alma y las
pasiones cuyos efectos se reflejan en los rostros y en las actitudes y
movimientos de los personajes. A Scopas se le atribuye la conquista del pathos, el sentimiento expresado
desde las cuencas profundas de los ojos de sus personajes y por medio de los
giros violentos de sus cuerpos. Trabajó en el Artemisión de Éfeso y probablemente corrió a su cargo la dirección
del mausoleo de Halicarnaso. Se le
atribuye además la Ménade del Museo
Albertinum de Dresde.
Lisipo siguió en la línea
de los grandes broncistas, empleando este material casi exclusivamente
en sus obras, la mayoría de las cuales fueron cuerpos de atletas en los que la
vida y el movimiento se articulan con toda verosimilitud. Así sucede en
su famoso Apoxiomeno, quitándose los
restos de la competición, que evidencia la estilización de los cánones
policléticos. Lisipo fue además el escultor predilecto de Alejandro Magno.
C) La escultura
helenística.
Al
igual que sucedió en la época arcaica, la escultura de los siglos III al I
aC. vuelve a ser el resultado de la producción de diferentes talleres, cada uno
con peculiaridades propias. Como rasgos generales compartieron el gusto
por la teatralidad, la composiciones piramidales, las actitudes desenfadadas y
violentas en las que no se evitaron las torsiones y giros en espiral, las
expresiones patéticas, los temas eróticos, etc. El afán permanente por
acercarse lo más posible a la realidad condujo, en muchas ocasiones, a una
exageración y barroquización de las formas e, incluso, la utilización del
feísmo y de la decrepitud como medio para conseguir un impacto efectista. Se
rompieron así el equilibrio y la armonía, imponiéndose un concepto de belleza concebido
como imitación: mímesis de la
realidad.
Las
diferentes corrientes de este periodo se pueden estudiar a modo de escuelas:
-
La escuela
clasicista.
Centrada preferentemente en Ática a través de los continuadores de
Praxíteles, Scopas y Lisipo. Tal vez las obras más significativas de este
momento sean la célebre Venus de Milo
y el Torso Belvedere de Apollonios.
-
La escuela de
Pérgamo.
Caracterizada por su enorme fuerza expresiva y teatral como podemos ver en
sus esculturas de gálatas o en la decoración
escultórica del Altar de Zeus.
-
La escuela de Rodas. Tendencia al
colosalismo, como podemos ver en obras como la Victoria de Samotracia o el grupo escultórico de Lacoonte y sus hijos de una gran
espectacularidad dramática, hasta el punto de ser considerada expresión
universal del dolor.
-
La escuela de
Alejandría.
La carencia de mármol favoreció una estatuaria de género y adorno
realizadas frecuentemente en terracota, las tanagras.