Ha llegado a ser evidente que nada en arte es evidente.
T. Adorno.

lunes, 27 de noviembre de 2017

Comentario EvAU: El auriga de Delfos.



La imagen que vamos a comentar es una representación escultórica de bulto redondo,  vaciada en bronce. Posee un carácter votivo y por sus rasgos formales podemos adscribirla al periodo preclásico o estilo severo de la antigua Grecia característico del primer tercio del siglo V aC.
La obra formaría parte de un grupo escultórico compuesto por el auriga, que vemos en la imagen, montado sobre un carro de cuatro caballos y un ayudante –tal vez un esclavo- que los sujeta. Eso fijaría la obra en su momento y explicaría algunos detalles de la imagen, que se muestra al espectador todavía un tanto rígida y con una evidente desproporción de las piernas respecto al resto del cuerpo. A pesar de ello, hay un esfuerzo más que notable por abandonar la tradición arcaica, que nos sitúa en el umbral del clasicismo. Compositivamente se advierte el deseo de abandonar la frontalidad y la simetría tradicionales. El sutil contraposto que dibuja la posición de los pies respecto a la cabeza, los brazos proyectados hacia el carruaje que rompen el espacio anterior, el preciso modelado de la túnica de lana –cuyos pliegues verticales han sido comparados con las acanaladuras de un fuste- y, muy especialmente, el tratamiento naturalista de la cabeza y las facciones del rostro así lo atestiguan. Además, se trata de una obra de enorme complejidad técnica, con distintas partes fundidas por separado, aplicaciones de otros metales, como la plata de la diadema o el cobre de los labios, e incrustaciones de pasta vítrea en los ojos.   
Nos encontramos ante una estatua de evidente calidad y muy original, pues se aleja de las representaciones de atletas derivadas de los Kuroi arcaicos y tampoco cultiva el desnudo masculino, ni el interés por la anatomía característicos del periodo. El Auriga de Delfos conmemora la victoria ecuestre que el príncipe Polizalo de Gela (hermano menor del tirano Hieron I de Siracusa) alcanzó en los Juegos Píticos de 474 aC., celebrados en el santuario de Delfos en honor al dios Apolo. El momento representado es el instante en el que el mozo frena la cuadriga tras atravesar la línea de meta como vencedor o tal vez el de la lenta procesión ceremonial de la victoria. Sea cual fuere la situación, el rostro del Auriga demuestra una serena concentración, expresión del ethos y la contención del periodo severo, caracterizado por la reflexión y la introspección del arte tras las Guerras Médicas. Es manifestación de la areté, la virtud, de quien disfruta de la victoria desde la contención, la nobleza y la dignidad humanas. En este sentido, algunos autores han significado la esfericidad del cráneo del auriga como algo no gratuito sino identificativa de la geometrización perfecta, de la excelencia que caracterizada la estatuaria clásica tendente a la perfección de hombre que ha de estar regida por el logos, es decir, por la cabeza.

Desconocemos si el personaje representado es el propio Polizalo o probablemente la figura genérica de un joven profesional de las carreras. Pero lo cierto es que sus facciones, trabajadas con un minucioso acabado a cincel, pasan por ser de un maestro o de un taller excepcionales. Tal vez por ello y por proceder del sur de Italia, sin más fundamento, se ha relacionado la escultura con el Pitágoras de Regio del que hablan las fuentes literarias como uno de los más reputados de la primera mitad del siglo V. Otros autores manejan el nombre de Onatas de Egina u otros...
A este mismo periodo y en este estilo heroico de monumentalidad contenida nos encontramos con obras tan significativas como el Poseidón del cabo Artemisión o las esculturas de los frontones del templo de Zeus en Olimpia.


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