LA VENUS DEL ESPEJO
La obra que a continuación voy a comentar es un cuadro perteneciente al estilo barroco y
realizado por Diego Velázquez mediante la técnica de óleo sobre lienzo, como
era normal en la época. Este cuadro se llama “La Venus del espejo”, fue pintado
entre el 1657 y el 1651, y actualmente reside en el National Gallery, en
Londres.
Nos encontramos
ante un cuadro mitológico protagonizado por Venus que, recostada, se observa en
un espejo sujeto por Cupido (el dios del amor). La interpretación tradicional
de la escena es la del amor (Cupido) que se encuentra encadenado (por unas
suaves cintas) a la belleza (Venus). Como ya era tradicional, el tema es una
excusa para la creación de un desnudo femenino.
Tanto por el tema
como (sobre todo) la técnica y la carga de sensualidad nos acercan al mundo del
barroco, en donde se busca convencer a través de los sentidos (de ahí la
importancia concedida a las texturas). En cambio, en cuanto a la composición, la
escena se crea a través de la suave curva ascendente que crea la Venus
(reforzada por paralelas a la misma creadas por las sábanas). Dicha línea
culmina en su cabeza que, gracias a la mirada, nos conduce a la zona izquierda
en donde el espejo y el Cupido generan ritmos ascendentes sobre el fondo
cálido. Por eso esta composición tan
sumamente elaborada renuncia a la movilidad, el uso de la pincelada suelta de
tal calidad o la aparición del espejo son muy habituales en Velázquez que aquí consigue una de sus más altos logros. Hablando
del espacio, este se desarrolla en diagonal (por medio de la mirada de la
Venus) gracias a los sucesivos planos en profundidad (cama, Venus, espejo,
Cupido, cortinaje), unificándose así todas las zonas importantes del cuadro. Predomina
claramente el color sobre la línea gracias a la pincelada suelta. Entre las
líneas destacan las curvas suaves que cargan de sensualidad la escena, lo cual
es reforzado por los tonos cálidos (carnaciones, rojo del cortinaje...) que
destacan sobre otros tonos más neutros de sábanas y fondo amarronado,
intentando crear un ambiente sosegado conseguido a través de tonos suaves, sin
excesiva saturación. Existe un claro foco de luz procedente de la izquierda que
ilumina suavemente la escena. Su carácter es representativo, sin demasiada
intensidad, buscando ante todo destacar los volúmenes y remarcar las distintas
texturas. Las figuras representadas son proporcionadas y con una clara
tendencia a la idealización. Sin excesiva expresividad se busca, ente todo, la
sensualidad conseguida por medio de las posturas relajadas y el exquisito
tratamiento de las texturas (desde las de las sábanas o el lazo a las alas o
las distintas carnaciones). Nos encontramos ya en su fase más madura (pocos
años anterior a las Meninas o las Hilanderas) en donde domina por completo
todos los recursos técnicos, ya abandonado el tenebrismo de su primera etapa
sevillana, así como elaborando una pincelada más suelta y una paleta de tonos
más delicados, con especial atención al espacio y a las texturas. La principal "técnica" que Velázquez usa en sus cuadros es el espejo, es su "visión típica barroca" con este elemento arquetípico.
Al igual que en las Meninas, su inclusión puede cambiar
todo el sentido de la obra, generando una serie de interrogantes (¿por qué
aparece tan difuminada su cara en él? ¿verdaderamente reflejaría la cara?) que
ha generado una serie de hipótesis de los historiadores aún no aclaradas
(Incluso parece que la modelo de Venus existió realmente y fue madre de un hijo
ilegítimo del propio pintor que la había conocido en Italia).
Por último, el
cuadro influirá en obras posteriores, especialmente en Goya y Manet que siguen
la línea iniciada por Tiziano.
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