Ha llegado a ser evidente que nada en arte es evidente.
T. Adorno.

lunes, 2 de abril de 2018

LA ARQUITECTURA BARROCA. EL EJEMPLO ESPAÑOL, DE LA PLAZA MAYOR AL PALACIO REAL.


Los arquitectos del Barroco se guían por un nuevo gusto que sustituye la razón por la sensación. Se huye del vocabulario clásico como normativa estricta; el dinamismo y el movimiento moldean los muros, las plantas se enriquecen con complejas soluciones, la cúpula adquiere un papel de primer orden o las fachadas se conciben como parte esencial del escenario urbano. Pero la característica esencial, no obstante, de la arquitectura barroca es su gobierno sobre las artes plásticas, supeditadas a fundirse con aquella; pintura y escultura se integran en la construcción para conseguir efectos escénicos. Esta simbiosis artística origina en la arquitectura un nuevo espacio: teatral, emotivo y persuasivo.
El Barroco fue un arte esencialmente urbano, ya que la ciudad era el marco idóneo para demostrar las adhesiones a la nueva monarquía o al papado o, simplemente, donde reflejar el esplendor de la nueva burguesía mercantil que la adopta como escenario de su poder. La ciudad barroca se convirtió en teatro perfecto tanto para ceremonias religiosas, procesiones, canonizaciones…, como para exaltaciones regias. Además, aparece como capital, el lugar donde las monarquías establecen su corte y todo su aparato político-administrativo. Ciudades como Roma, París, Londres, Viena o Madrid cambian por completo su configuración urbana, convirtiéndose en los centros neurálgicos de una nueva estética, monárquica y confesional (Madrid de los Austrias). En contra del ideal renacentista, ya no se estiman las ciudades humanas sino las ciudades como expresión del poder y el monumentalismo, la ostentación, la teatralidad y el aumento desmesurado de su población se convierten en sus imágenes más significadas. El nuevo simbolismo urbano tiene en la plaza su ejemplificación principal, centralizando la vida política y reflejando mediante esculturas la figura de sus líderes (en España encontramos el fenómeno particular de las Plazas Mayores).
Roma, como capital de la Cristiandad, y París, de la nación más poderosa del momento, se convierten además en avanzadas de la nueva arquitectura. En la primera, el mecenazgo de los papas desatará la ampulosidad del barroco individualista de Bernini o Borromini; en París, la institucionalización artística a través de las Academias, creará un gusto oficial caracterizado por su contención y mesura.

La arquitectura barroca en España, de la Plaza Mayor al Palacio Real.

España, por su parte, inicia con el siglo XVII una progresiva decadencia política y económica que repercutirá negativamente en la actividad constructiva. No obstante, una innovadora fantasía hace que la arquitectura -como expresión de la ciudad- española presente una gran originalidad, rasgo que se potenciará en las colonias hispanoamericanas. El poder de la Iglesia y las órdenes religiosas explica la multiplicación de iglesias, conventos…, así como actividades populares de clara vinculación urbana: desfiles pasionales, festejos taurinos, etc. La Plaza Mayor se convierte en el centro neurálgico de la nueva ciudad y de las nuevas intenciones sociales y religiosas.

Los tradicionales modelos herrerianos, sobrios y geométricos e inspirados en El Escorial, se imponen a principios del siglo en edificios principalmente religiosos y a través de arquitectos como Francisco de Mora, autor del Palacio de Lerma y de la trama urbana de esta ciudad; su sobrino Juan Gómez de Mora,  de la Clerecía de Salamanca y la Plaza Mayor de Madrid; o el albaceteño Alonso Carbonell, del Palacio del Buen Retiro. A medida que avanza el siglo XVII y hasta bien entrado el XVIII se introducen en España las formas procedentes de Italia, a través de arquitectos italianos que trabajaron para la corte (caso de Juan Bautista Crescenzi) o enviaron sus proyectos desde allí (como Doménico Fontana). Estas influencias contribuyeron a crear un estilo Barroco mucho más decorativo. Las figuras más significativas son:
- Los Churriguera, familia de artistas que dará nombre al llamado estilo churrigueresco en la España de la primera mitad del siglo XVIII. Se trata de un modelo abigarrado en lo ornamental, con recuerdos de lo hispanoárabe, flamígero o plateresco. José Benito de Churriguera será el autor del Retablo Mayor de San Esteban en Salamanca. Su hermano Alberto será el artífice de la Plaza Mayor de Salamanca.
- Pedro de Ribera es, tal vez, el artista de más fuerte personalidad en la transición al siglo XVIII. Su labor como arquitecto municipal le permitió dejar una gran huella en Madrid. Suyos son el Puente de Toledo, la Iglesia de Montserrat o el Hospicio de San Fernando.
Desde la corte, la arquitectura barroca fue extendiéndose por toda España a través de distintos focos regionales:
-          En Andalucía, destaca la figura del también escultor y pintor Alonso Cano, quien construye la Fachada de la catedral de Granada.
-          En Galicia, Fernando Casas Novoa, crea la Fachada del Obradoiro en la catedral de Santiago, concebida como telón del edificio medieval y retablo de bienvenida a los peregrinos.
-          En Murcia, Jaime Bort tiende a un refinamiento rococó en la Fachada de la Catedral.
-          En Castilla-La Mancha, merece destacarse el Monasterio de Santiago en Uclés (Cuenca), iniciado en 1529 siguiendo el renacimiento plateresco en boga. Durante los doscientos años que durará su construcción vivirá también su barroco escurialense dirigido por Francisco de Mora, al que se debe su iglesia, y churrigueresco, con la probable intervención de Pedro de Ribera en la fachada principal del edificio (1735). A este momento corresponde una de las grandes obras del estilo, el Transparente de la Catedral de Toledo de Narciso Tomé (1732), quien conjuga arquitectura, escultura y pintura con un sentido escenográfico que remite a modelos centroeuropeos.

Mención aparte merece la arquitectura palaciega, que adquiere notable importancia con la llegada de los borbones tras la Guerra de Sucesión. Las lógicas relaciones con Francia abrirán una vía de interés por la suntuosidad cortesana, a imitación de Versalles, que tiene su primer hito en el Palacio de La Granja de Segovia. Después, Juvara y Sacchetti levantarán en Madrid el Palacio Real a caballo entre el gigantismo de Versalles y la ordenación italianizante, y Bonavía y Sabatini ampliarán el viejo Palacio de Aranjuez, trazando la urbanización completa de la ciudad. Como en Francia, también las academias se preocuparan ahora por sistematizar y controlar el desbordamiento típico del barroco, dando como resultado un estilo más contenido de regustos clasicistas.

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