Los arquitectos del Barroco se guían por un nuevo gusto que
sustituye la razón por la sensación. Se huye del vocabulario clásico como
normativa estricta; el dinamismo y el movimiento moldean los muros, las plantas
se enriquecen con complejas soluciones, la cúpula adquiere un papel de primer
orden o las fachadas se conciben como parte esencial del escenario urbano. Pero
la característica esencial, no obstante, de la arquitectura barroca es su
gobierno sobre las artes plásticas, supeditadas a fundirse con aquella; pintura
y escultura se integran en la construcción para conseguir efectos escénicos.
Esta simbiosis artística origina en la arquitectura un nuevo espacio: teatral,
emotivo y persuasivo.
El Barroco fue un arte esencialmente urbano, ya que la ciudad
era el marco idóneo para demostrar las adhesiones a la nueva monarquía o al
papado o, simplemente, donde reflejar el esplendor de la nueva burguesía
mercantil que la adopta como escenario de su poder. La ciudad barroca se
convirtió en teatro perfecto tanto para ceremonias religiosas, procesiones,
canonizaciones…, como para exaltaciones regias. Además, aparece como capital,
el lugar donde las monarquías establecen su corte y todo su aparato
político-administrativo. Ciudades como Roma, París, Londres, Viena o Madrid
cambian por completo su configuración urbana, convirtiéndose en los centros
neurálgicos de una nueva estética, monárquica y confesional (Madrid de los
Austrias). En contra del ideal renacentista, ya no se estiman las ciudades
humanas sino las ciudades como expresión del poder y el monumentalismo, la
ostentación, la teatralidad y el aumento desmesurado de su población se
convierten en sus imágenes más significadas. El nuevo simbolismo urbano tiene
en la plaza su ejemplificación principal, centralizando la vida política y
reflejando mediante esculturas la figura de sus líderes (en España encontramos
el fenómeno particular de las Plazas Mayores).
Roma, como capital de la Cristiandad, y París, de la nación
más poderosa del momento, se convierten además en avanzadas de la nueva
arquitectura. En la primera, el mecenazgo de los papas desatará la ampulosidad
del barroco individualista de Bernini o Borromini; en París, la institucionalización
artística a través de las Academias, creará un gusto oficial caracterizado por
su contención y mesura.
La arquitectura barroca en España, de la Plaza Mayor al
Palacio Real.
España, por su parte, inicia con el siglo XVII una progresiva
decadencia política y económica que repercutirá negativamente en la actividad
constructiva. No obstante, una innovadora fantasía hace que la arquitectura
-como expresión de la ciudad- española presente una gran originalidad, rasgo
que se potenciará en las colonias hispanoamericanas. El poder de la Iglesia y
las órdenes religiosas explica la multiplicación de iglesias, conventos…, así
como actividades populares de clara vinculación urbana: desfiles pasionales, festejos
taurinos, etc. La Plaza Mayor se convierte en el centro neurálgico de la nueva
ciudad y de las nuevas intenciones sociales y religiosas.
Los tradicionales modelos herrerianos, sobrios y
geométricos e inspirados en El Escorial, se imponen a principios del siglo en edificios
principalmente religiosos y a través de arquitectos como Francisco de Mora, autor del Palacio
de Lerma y de la trama urbana de
esta ciudad; su sobrino Juan Gómez de
Mora, de la Clerecía de
Salamanca y la Plaza Mayor de Madrid;
o el albaceteño Alonso Carbonell,
del Palacio del Buen Retiro. A medida
que avanza el siglo XVII y hasta bien entrado el XVIII se introducen en España
las formas procedentes de Italia, a través de arquitectos italianos que
trabajaron para la corte (caso de Juan Bautista Crescenzi) o enviaron sus
proyectos desde allí (como Doménico Fontana). Estas influencias contribuyeron a
crear un estilo Barroco mucho más decorativo. Las figuras más significativas
son:
- Los Churriguera, familia de artistas
que dará nombre al llamado estilo
churrigueresco en la España de la primera mitad del siglo XVIII. Se trata de un modelo abigarrado en lo
ornamental, con recuerdos de lo hispanoárabe, flamígero o plateresco. José
Benito de Churriguera será el autor del Retablo
Mayor de San Esteban en Salamanca. Su hermano Alberto será el artífice de
la Plaza Mayor de Salamanca.
- Pedro de Ribera es, tal vez, el artista
de más fuerte personalidad en la transición al siglo XVIII. Su labor como
arquitecto municipal le permitió dejar una gran huella en Madrid. Suyos son el Puente de Toledo, la Iglesia de Montserrat o el Hospicio de San Fernando.
Desde la corte,
la arquitectura barroca fue extendiéndose por toda España a través de distintos
focos regionales:
-
En Andalucía, destaca la figura del también
escultor y pintor Alonso Cano, quien
construye la Fachada de la catedral de
Granada.
-
En Galicia,
Fernando Casas Novoa, crea la Fachada del Obradoiro en la catedral de
Santiago, concebida como telón del edificio medieval y retablo de bienvenida a
los peregrinos.
-
En Murcia, Jaime Bort tiende a un refinamiento
rococó en la Fachada de la Catedral.
-
En Castilla-La
Mancha, merece destacarse el Monasterio de Santiago en Uclés (Cuenca),
iniciado en 1529 siguiendo el renacimiento plateresco en boga. Durante los
doscientos años que durará su construcción vivirá también su barroco
escurialense dirigido por Francisco de Mora, al que se debe su iglesia, y
churrigueresco, con la probable intervención de Pedro de Ribera en la fachada principal del edificio (1735). A este momento corresponde una de las grandes obras
del estilo, el Transparente de la Catedral
de Toledo de Narciso Tomé
(1732), quien conjuga arquitectura, escultura y pintura con un sentido
escenográfico que remite a modelos centroeuropeos.
Mención aparte merece la arquitectura
palaciega, que adquiere notable importancia con la llegada de los borbones tras
la Guerra de Sucesión. Las lógicas relaciones con Francia abrirán una vía de
interés por la suntuosidad cortesana, a imitación de Versalles, que tiene su
primer hito en el Palacio de La Granja de
Segovia. Después, Juvara y Sacchetti levantarán en Madrid el Palacio Real a caballo entre el
gigantismo de Versalles y la ordenación italianizante, y Bonavía y Sabatini
ampliarán el viejo Palacio de Aranjuez,
trazando la urbanización completa de la ciudad. Como en Francia, también las
academias se preocuparan ahora por sistematizar y controlar el desbordamiento
típico del barroco, dando como resultado un estilo más contenido de regustos
clasicistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.