Ha llegado a ser evidente que nada en arte es evidente.
T. Adorno.

martes, 3 de abril de 2018

LA ESCULTURA BARROCA: BERNINI.


El Barroco es la escultura del movimiento. Al igual que la arquitectura, o como complemento de ésta, es expresión grandiosa y monumental del nuevo poder y por eso adquiere un carácter urbano, engalanando las cornisas de los edificios o a través de las fuentes o los retratos ecuestres que embellecen la ciudad; o participa de un sentido funerario público. Es una escultura cargada de contenidos apasionados y persuasivos, con clara vocación hacia el realismo para representarlos de manera fehaciente y comprensible al espectador.
Emplea materiales diversos; el mármol y el bronce se usan en las grandes obras áulicas; la madera será la expresión de una religiosidad más espontánea y popular. Sea como fuere, estos materiales se trabajan enormemente: pulimentándose, dorándose, policromándose, estofándose…, para conseguir los efectos pictóricos que desea el cliente barroco.
Su temática es muy variada, pero casi siempre con reminiscencias apologéticas en relación con la Iglesia o el Estado. Abunda también la temática de la muerte con carácter dramático y pasional, acorde con la expresividad que caracteriza este tipo de obras.
Existen numerosas escuelas nacionales, entre las que sobresalen: Italia, Francia y España.
En Italia, se desarrolla en torno a la Iglesia y a las actuaciones urbanas de los Papas, cuyo objetivo será convertir la ciudad de Roma en cabeza visible de la humanidad cristiana.
En la transición al siglo XVII destacan las figuras de Stefano Maderno (Santa Cecilia) y Pietro Bernini, quienes reconducen la artificialidad manierista hacia un realismo y pictorialismo típicamente barrocos. Sin embargo, la figura más importante es Gian Lorenzo Bernini, hijo de Pietro,  quien desarrolla una escultura destinada a impactar emocionalmente a través de un juego estético preconcebido: la proyección espacial y el sentido escenográfico de sus obras, la distorsión de sus formas, el modelado de las superficies y un extraordinario virtuosismo.
Bernini, que fue también arquitecto, comenzó muy joven su actividad como escultor, realizando estatuas de carácter mitológico para el cardenal Escipión Borghese. Su perfección técnica es ya excepcional en estas obras de juventud, como Apolo y Dafne o el David, en las que acusa su herencia manierista en el empleo sistemático de la “serpentinata” y el dinamismo inestable de las figuras. En ambas, expresa el momento culminante de la acción y una tensión expresiva fruto también del conocimiento del helenismo.
En su etapa central y gracias a su importante taller, acomete una gran cantidad de encargos que van desde tumbas papales, como la de Urbano VIII, que crea una tipología muy imitada con posterioridad, hasta las fuentes que engalanan las principales plazas de la Roma barroca, como la del Tritón o la de las Cuatro Ríos en la célebre Plaza Navona.
Como escultor religioso, su obra maestra es la capilla Cornaro en la iglesia de Sta. María de la Victoria, con la representación del Éxtasis de Santa Teresa, donde despliega un sentido teatral y escenográfico, a caballo entre lo arquitectónico y lo escultórico, típicamente barroco y al servicio del éxtasis místico de la iglesia contrarreformista. La expresión de la santa, en pleno arrebato emocional, es una de las obras culminantes de todo el barroco. En la beata Ludovica Albetoni, al final de su carrera, vuelve a insistir en el tema del alma deshecha por el éxtasis.
Como retratista ha dejado también infinidad de ejemplos, como el retrato de Luis XIV, en los cuales traduce con extraordinaria vivacidad los rasgos y el carácter de los personajes, dando mucha importancia a los ropajes y la labra.
Bernini tuvo muchos discípulos y colaboradores que prolongan su estilo bien entrado el siglo XVIII y su influencia fue decisiva en toda Europa.

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