El Barroco es la escultura del movimiento. Al
igual que la arquitectura, o como complemento de ésta, es expresión grandiosa y
monumental del nuevo poder y por eso adquiere un carácter urbano, engalanando
las cornisas de los edificios o a través de las fuentes o los retratos
ecuestres que embellecen la ciudad; o participa de un sentido funerario
público. Es una escultura cargada de contenidos apasionados y persuasivos, con
clara vocación hacia el realismo para representarlos de manera fehaciente y comprensible
al espectador.
Emplea materiales diversos; el mármol y el
bronce se usan en las grandes obras áulicas; la madera será la expresión de una
religiosidad más espontánea y popular. Sea como fuere, estos materiales se
trabajan enormemente: pulimentándose, dorándose, policromándose, estofándose…,
para conseguir los efectos pictóricos que desea el cliente barroco.
Su temática es muy variada, pero casi siempre
con reminiscencias apologéticas en relación con la Iglesia o el Estado. Abunda
también la temática de la muerte con carácter dramático y pasional, acorde con
la expresividad que caracteriza este tipo de obras.
Existen numerosas escuelas nacionales, entre
las que sobresalen: Italia, Francia y España.
En Italia, se desarrolla en torno a la
Iglesia y a las actuaciones urbanas de los Papas, cuyo objetivo será convertir
la ciudad de Roma en cabeza visible de la humanidad cristiana.
En la transición al siglo XVII destacan las
figuras de Stefano Maderno (Santa Cecilia) y Pietro Bernini, quienes reconducen
la artificialidad manierista hacia un realismo y pictorialismo típicamente
barrocos. Sin embargo, la figura más importante es Gian Lorenzo Bernini, hijo de Pietro, quien desarrolla una escultura destinada a
impactar emocionalmente a través de un juego estético preconcebido: la
proyección espacial y el sentido escenográfico de sus obras, la distorsión de
sus formas, el modelado de las superficies y un extraordinario virtuosismo.
Bernini, que fue también arquitecto, comenzó muy
joven su actividad como escultor, realizando estatuas de carácter mitológico
para el cardenal Escipión Borghese. Su perfección técnica es ya excepcional en
estas obras de juventud, como Apolo y
Dafne o el David, en las que
acusa su herencia manierista en el empleo sistemático de la “serpentinata” y el
dinamismo inestable de las figuras. En ambas, expresa el momento culminante de
la acción y una tensión expresiva fruto también del conocimiento del helenismo.
En su etapa central y gracias a su importante
taller, acomete una gran cantidad de encargos que van desde tumbas papales, como
la de Urbano VIII, que crea una tipología muy imitada con posterioridad, hasta
las fuentes que engalanan las principales plazas de la Roma barroca, como la
del Tritón o la de las Cuatro Ríos en la célebre Plaza Navona.
Como escultor religioso, su obra maestra es
la capilla Cornaro en la iglesia de Sta. María de la Victoria, con la
representación del Éxtasis de Santa Teresa,
donde despliega un sentido teatral y escenográfico, a caballo entre lo
arquitectónico y lo escultórico, típicamente barroco y al servicio del éxtasis
místico de la iglesia contrarreformista. La expresión de la santa, en pleno
arrebato emocional, es una de las obras culminantes de todo el barroco. En la
beata Ludovica Albetoni, al final de su carrera, vuelve a insistir en el tema
del alma deshecha por el éxtasis.
Como retratista ha dejado también infinidad
de ejemplos, como el retrato de Luis XIV,
en los cuales traduce con extraordinaria vivacidad los rasgos y el carácter de los
personajes, dando mucha importancia a los ropajes y la labra.
Bernini tuvo muchos discípulos y
colaboradores que prolongan su estilo bien entrado el siglo XVIII y su influencia
fue decisiva en toda Europa.
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