Ha llegado a ser evidente que nada en arte es evidente.
T. Adorno.

sábado, 31 de marzo de 2018

EL GRECO.

Doménicos Theotocópulos, apodado El Greco, por su origen cretense es sin duda la figura capital de la pintura española del siglo XVI.
Hasta llegar a nuestro país, se inició como pintor de iconos en su Grecia natal, impregnando su obra de un sentido ritual y simbólico que le acompañaría toda su vida. Posteriormente se trasladó hasta Italia para aprender las técnicas renacentistas, siguiendo un camino habitual entre los pintores griegos, que luego solían volver a su país. En 1567 se establece en Venecia, quizá como discípulo de Tiziano, aunque su pintura se aproxime más a la de Tintoretto en el uso de la gama cromática y el claroscuro. Allí aprende a utilizar una pincelada suelta y libre, su paleta cambia hacia los tonos fríos y sus composiciones se vuelven más complejas gracias al uso sistemático de la perspectiva. En 1570 abandona Venecia para marchar a Roma, pasando probablemente por otras ciudades italianas como Florencia, Siena y Parma; en ésta última queda prendado de la delicadeza y estilización de las figuras de Correggio y Parmigianino que asumirá como propias. En Roma ingresa en el círculo de artistas del cardenal Alejandro Farnesio, encargados de mantener la “ortodoxia” miguelangelesca. Su oposición a esa actitud le granjea la enemistad con otros artistas del círculo, como Vasari o Pietro Ligorio, y finalmente del propio cardenal. En 1572 se establece con taller propio hasta 1576, fecha en la que se traslada a España.
Su venida a España debió de estar determinada por varias circunstancias: la enemistad con sus colegas romanos, la epidemia de peste declarada en Roma un año antes y la posibilidad de trabajar como pintor de corte en el emergente monasterio de San Lorenzo del Escorial. De hecho, entre 1580 y 1582, preparó para el monasterio un lienzo sobre El Martirio de San Mauricio que no llegó nunca a colocarse quizá por su tono profundamente manierista que difería bastante de los criterios del soberano respecto de cómo debía ser la pintura religiosa. Desde entonces, el cretense quedará marginado de la corte, estableciéndose definitivamente en Toledo hasta su muerte. Aunque ya no era la capital del Imperio, Toledo seguía siendo una ciudad económicamente próspera, con una poderosa comunidad eclesiástica y sin demasiada competencia profesional. Además, su presencia en la ciudad estaba avalada por D. Pedro Chacón y D. Diego de Castilla, canónigo y deán de la catedral toledana respectivamente, con quienes había establecido contacto directa o indirectamente en Italia.
En sus primeros años toledanos utiliza todavía modelos de inspiración italiana, como en el Retablo de Sto. Domingo el Antiguo y El Expolio de Cristo. Esta primera etapa toledana culmina en El Entierro del conde de Orgaz (1586-88), que pintó para la iglesia de Santo Tomé. El cuadro manifiesta una experiencia mística en la que se funden la idealidad celestial con el realismo de lo terreno. Durante este periodo su obra se mueve aún dentro del gusto del manierismo veneciano, pero exagerando su efectismo, tal vez para impresionar a su nueva clientela con un toque de modernidad desconocido en esos ambientes. A partir de este momento y gracias a la fama que le granjea el citado cuadro, su estilo se va haciendo cada vez más personal. Sus pinturas se van desmaterializando mediante una pincelada cada vez más suelta, se acentúan las deformaciones de las figuras y las formas adquieren a veces rasgos fantasmagóricos reforzados por el empleo de tonalidades grisáceas. Sin abandonar la espiritualidad manierista, podríamos decir que retorna a propuestas que recuerdan su aprendizaje bizantino. Obras destacadas de este segundo periodo serían por ejemplo la Vista de Toledo (1608), Laocoonte y sus hijos (1610) o La Adoración de los pastores (1612).
Aislado y bastante incomprendido en su época, El Greco gozó de bastante crédito entre algunos pintores españoles del siglo XVII como Velázquez. Sin embargo, no fue hasta el XIX que fue redescubierto por Manet y los pintores impresionistas. A principios del siglo XX, los movimientos expresionistas vieron en él, en su uso del color y las formas al servicio de la idea, un precedente incuestionable.

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