Ha sido tradicionalmente objeto de discusión sobre si se trata de una degradación de la griega o, por el contrario, de un arte independiente, con sus características propias y sus aportaciones originales. Sea como fuere y al igual que en arquitectura, parece indiscutible su carácter híbrido en el que se mezclan diversas tendencias estilísticas: el racionalismo griego, la rigidez y el hieratismo de lo centroeuropeo, o el simbolismo y decorativismo oriental.
Lo cierto es que todas estas características preexistentes se sintetizan de una manera nueva en Roma, respondiendo al espíritu utilitario y magnificente de sus ciudadanos, y dando lugar a nuevos modelos escultóricos: el relieve histórico y el retrato, que se manifiestan principalmente desde finales del periodo republicano, y al triunfo de una realidad trascendente.
Los relieves históricos.
Son esculturas conmemorativas referidas a acontecimientos concretos protagonizados por estadistas romanos. Formaban parte invariablemente de monumentos arquitectónicos encargados por los propios protagonistas o por instituciones públicas. Se trata de creaciones genuinamente romanas. Expresan la pasión de éstos por la historia, y por el tratamiento objetivo y realista de la misma, de ahí su doble carácter narrativo y pictórico.
El más antiguo que se conoce es el conocido como altar de Domicio Ahenobarbo (pps. s. I aC.). Al periodo imperial corresponde ya el Ara Pacis Augustae (altar de la paz), el altar realizado por el Senado en el Campo de Marte de Roma para celebrar el regreso de Octavio Augusto de sus campañas militares de Hispania y Galia en 13 aC, y la paz que siguió a las guerras civiles. Los relieves que decoran dichos muros son un mensaje de propaganda augustea basada en las ideas de paz y renacimiento romano. su ejecución se debería a escultores griegos inspirados por el friso de las Panateneas del Partenón.
Durante la dinastía Flavia asistimos a la aparición de un relieve menos helenizante que culmina en la consecución del “ilusionismo espacial” en los paneles que adornan el interior del arco de Tito en Roma.
El reinado de Trajano es el de mayor riqueza en relieves monumentales, entre los que sobresalen los de su propia columna conmemorativa, concebida como punto focal de foro trajano. Los relieves tienen la forma de un friso en espiral que recubre el fuste de la columna y que muestra, en un estilo narrativo continuo, los acontecimientos de las campañas del emperador contra los dacios en la actual Rumanía (101 a 107 dC.). A imitación de la columna trajana se realizaron las de Antonino y Marco Aurelio en Roma. Las características de sus relieves están muy alejadas, sin embargo, del naturalismo objetivo de aquella.
La reorganización del Estado llevada a cabo por Diocleciano a principios del s. IV tiene su expresión artística en los relieves del arco de Constantino realizados por este emperador (otros se reaprovecharon de monumentos de Trajano, Adriano y Marco Aurelio). Las imágenes se disponen ahora conforme a la rigidez de un orden mecánico inspirado en la visión mecánica y trascendente de la filosofía de Plotino que preludia el arte bizantino y cuyos inicios podrían rastrearse en la base del obelisco de Teodosio en Constantinopla (fines s. IV dC.).
El retrato.
Los orígenes y la originalidad del retrato romano han sido objeto de serios debates entre los historiadores del arte. En la actualidad se suele creer que resulta de una convergencia de varias corrientes distintas: las imagines maiorum (mascaras mortuarias) romanas, de las que adquiere su riguroso realismo; el retrato egipcio, con su afición por representar la fidelidad fisonómica; la trascendencia griega y la intensidad expresiva etrusca.
A medio camino entre lo italo-etrusco y lo romano se encuentran esculturas como el retrato de Lucio Junio Bruto (s. III aC) y el Arringatore (Orador, s. I aC), síntesis de la idealización griega y el expresionismo de tradición itálica. Pero la aparición del retrato honorífico romano habrá de esperar hasta finales del periodo republicano: en el s. I aC., cuando son identificables las principales figuras políticas del momento: Pompeyo, Cesar, Cicerón…, que representan las corrientes retratísticas que convergen inicialmente en Roma: a la griega, a la romana y síntesis de las dos respectivamente. Las esculturas privadas, siguiendo la tradición de las imagines maiorum, sintetizan el hiperrealismo de las mascarillas con una gran expresividad cargada de austeridad, como demuestra el retrato del Anciano del Museo Torlonia o el Patricio con los retratos de los antepasados del palacio de los Conservadores.
La tradición realista del retrato romano republicano no parece haber sobrevivido durante el Imperio. El tipo de retrato que aparece repetidamente desde el periodo augusteo y en adelante no procede de las mascarillas funerarias, sino del tipo helenizado. El propio Augusto aceptó durante su primera época una iconografía inspirada en la de Alejandro Magno, y tras su victoria sobre Marco Antonio decidió inclinarse por una versión más clásica: bella y enérgica; idealizada, abstracta y serena. Esta imagen se repitió con pequeñas variantes en todas las esculturas de Augusto, entre las que sobresalen los Augustos de Prima Porta y de la Vía Labicana.
Inspirados por obras de este tipo, los familiares del emperador y sus sucesores e incluso personas ajenas a la corte adoptaron la misma estética. No obstante en tiempos de Claudio empieza a surgir una nueva tendencia hacia lo pictórico y lo real, más acusada en el reinado de Nerón. Esta tendencia hacia el realismo se constata definitivamente entre los emperadores de la dinastía Flavia, en consonancia con su ascendencia familiar. Un elemento nuevo resalta en sus imágenes, como en las de Tito y Domiciano, su impresión de familiaridad.
Durante el reinado de Trajano, los retratos continúan técnica y conceptualmente la tradición flavia, aunque con mayor energía que refleja eficazmente sus cualidades. Su sucesor, Adriano, experimentó un nostálgico retorno a los ideales clásicos griegos, tanto en estilo como en contenido. Los retratos de Antinoo, el joven amigo del emperador, están inspirados directamente por la serenidad policlética.
La dinastía de los Antoninos inicia un claro apartamiento de los modelos ideales griegos. El retrato cobra una especial relevancia como medio de propaganda. Se impone con éxito la fórmula imperial con paludamentum o manto de general fijado por un broche y se desarrolla una verdadera pasión por las efigies grandiosas, cargadas de dignidad y realizadas con particular virtuosismo.. Resultado de todo ello son retratos muy decorativos y pictóricos, que atrajeron a los escultores manieristas y barrocos del s. XVI y XVII. Además, introdujeron fórmulas de representación nuevas, como el retrato de medio cuerpo de Cómodo como Hércules o el retrato ecuestre de Marco Aurelio en el Capitolio, que habría de servir como modelo de la escultura conmemorativa de todos los tiempos.
Los Severos continuarán con la trayectoria anterior: posiciones oblicuas y contrastes lumínicos. La renuncia a los modelos helénicos se evidencia en el exagerado expresionismo de los rostros entre el que sobresale el del denominado Caracalla satán. El periodo de anarquía militar coincide con un proceso de degradación en la retratística romana que se concreta durante la Tetrarquía (división del Imperio por Diocleciano) a través de representaciones burdas, grotescas y desproporcionadas, con ojos profundos que dan a las figuras un aspecto terrorífico (grupo de los tetrarcas en la plaza de s. Marcos de Venecia). Es posible que el Egipto romano haya tenido gran influencia en la formación del estilo tetrárquico, pues de allí venía el porfirio duro que se reservaba a este tipo de escultura imperial y quizás también los escultores expertos en su talla.
Originarias de las provincias orientales del Imperio son las influencias, tanto ideológicas como estilísticas, sobre el nuevo concepto de esencia divina y el carácter sagrado de los gobernantes. El resultado de esta influencia es la gradual supresión de los rasgos fisonómicos la reafirmación del retrato tipológico. Prevalece un anticlasicismo, basado en la estricta frontalidad, la rígida simetría, el esquematismo y los tópicos de representación, como en la colosal estatua de Constantino del Palacio de los Conservadores, que nos sitúa a las puertas del arte medieval.
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