Ha llegado a ser evidente que nada en arte es evidente.
T. Adorno.

sábado, 31 de marzo de 2018

LA ARQUITECTURA DEL RENACIMIENTO EN ESPAÑA


La presencia del arte renacentista fuera de Italia comienza a  concretarse a finales del siglo XV, como consecuencia del nuevo orden político (monarquías autoritarias) y económico (descubrimientos) iniciado en el continente europeo, que garantizaba mayor prosperidad y estabilidad social. Italia se convierte en el modelo a imitar por los reyes y aristócratas, ya sea por la difusión del ideario humanista o como forma de superar los modelos góticos, considerados ya como el fruto artístico de una época pasada. Dos serán las vías de expansión del arte y la arquitectura italianos hacia el continente: el viaje a Italia, que se convierte en habitual entre los grandes artistas o los que quieren llegar a serlo, por ejemplo Pedro Machuca; o la presencia de artistas transalpinos en los diferentes países europeos, como es el caso de Jacobo Florentino –discípulo de Miguel Ángel-, en nuestro país. En España, el contacto adquiere además rasgos singulares debido a su especial situación social, económica y política, y a su carácter profundamente religioso y a sus particularismos.
En arquitectura, los primeros rasgos italianizantes proceden en su mayoría de la zona lombarda, afectan esencialmente a los programas decorativos y se concretan en el estilo Plateresco (o protorrenacentista), llamado así por la finísima labor ornamental con que se trabaja la piedra, propia de la trabajo sobre plata. Se recupera el uso de elementos clásicos como columnas, pilastras o arcos de medio punto, pero son las decoraciones esculpidas de grutescos  (mezcla de elementos vegetales, mitológicos, fantásticos, etc., encontrados en las estancias: “grutas”, de la Domus Aurea de Nerón) las que suelen definir el estilo. Los arquitectos hispanos aprenden el nuevo vocabulario “in situ”, caso del segoviano Lorenzo Vázquez, arquitecto de la poderosa familia Mendoza, quien realiza obras como la fachada del Colegio de Santa Cruz en Valladolid (hacia 1488), el palacio de Cogolludo (Guadalajara, h. 1492) o el castillo de La Calahorra (Granada, h. 1506-1512), o de italianos que desarrollan su labor en nuestro país, como los ligures Pantaleone Cachari o Michele Carlone que lo sustituyen en el castillo granadino , o los hermanos toscanos Francesco y Jacopo Torni (conocidos con el sobrenombre de Florentín o Florentino)  a quienes se atribuye el cuerpo inferior de la torre de la catedral de Murcia e intervenciones en la Capilla Real de Granada  y el Monasterio de San Jerónimo de dicha ciudad respectivamente. El Plateresco hizo fortuna rápidamente y caracterizó buena parte de la arquitectura española de la primera mitad del XVI en edificios de uso civil como el Ayuntamiento de Sevilla, de Diego de Riaño;  el hospital de Santa Cruz de Toledo, de Alonso de Covarrubias; la fachada de la Universidad de Salamanca o el patio de la Casa de San Isidro en Madrid; o religioso, caso de las fachadas del colegio de San Esteban en Salamanca o de la catedral nueva de Plasencia, obras ambas de Juan de Álava. A este mismo arquitecto se atribuye también uno de los proyectos originales de la Capilla Real de Sevilla, modificado con posterioridad por Covarrubias y ejecutado todavía con formas platerescas por Hernán Ruiz el Mozo más allá de la mitad del siglo.
Un segundo momento corresponde al denominado Renacimiento puro o clasicismo, que procura simplificar la carga decorativa y atiende a aspectos más propiamente arquitectónicos como el volumen, la proporción o las estructuras. Las decoraciones esculpidas aumentan de volumen pero se concentran en lugares preferentes del edificio, valorando así mismo los espacios lisos. El nuevo estilo llega de la mano del “italiano” –por haber aprendido en Italia-  Pedro Machuca artífice del palacio de Carlos V en Granada (iniciado en 1528), considerado como una de las obras cumbres del estilo en nuestro país, y se extiende a través de la obra de autores como Diego de Siloé, quien proyecta la catedral de Granada y a quien se atribuye su participación en las de Almería, Guadix y Málaga;  Rodrigo Gil de Hontañón, autor de la fachada de la universidad de Alcalá de Henares; Alonso de Covarrubias, del patio del Hospital Tavera en Toledo; o Martín de Gainza del sevillano Hospital de las Cinco Llagas, en un curioso proceso de reinterpretación de lo antiguo que la historiografía tradicional ha convenido en denominar Purismo.
Finalmente, el Manierismo adquiere presencia a través de una doble vía: la difusión de la tratadística, que tiene en España su imitación en la obra de Diego de Sagredo Medidas de lo romano (1526) y la proliferación de artistas excepcionales como el alcaraceño Andrés de Vandelvira, quien juega de manera personalísima con las formas clásicas en obras como la iglesia del Salvador de Úbeda, la sacristía de la catedral de Jaén o la Torre del Tardón en su localidad natal y Juan de Herrera, principal artífice del Monasterio del Escorial, paradigma del universo manierista y de la ideología contrarreformista en versión patria, y a quien debemos también interesantes obras como la inconclusa catedral de Valladolid o el edificio de la Casa Lonja de Mercaderes de Sevilla (actual Archivo General de Indias). Su obra, plena de sencillez y desnudez ornamental, pero al tiempo robusta e imponente expresaba magníficamente los ideales del Concilio de Trento y de la mentalidad española de la época y dio lugar a un estilo, el herreriano, de enorme influencia durante el barroco español.

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