Durante el cinquecento, como en el resto de las artes, el centro pictórico se traslada a Roma y desde ahí a otras regiones de Italia constituyendo verdaderas escuelas pictóricas. Se advierte también una evolución desde una primera etapa clasicista en los inicios del siglo y otra manierista que preludia las fórmulas pictóricas posteriores.
a) La pintura clasicista.
Surge a fines del siglo XV en Florencia pero se desarrolla verdaderamente en Roma durante el breve periodo de pontificado de los papas Julio II y León X. La pintura clasicista no valora el arte como verdad, sino como expresión de la belleza que se escapa a la forma. Por tanto, la belleza basada en la proporción cuatrocentista desaparece en aras a un concepto original basado en la moderación, el equilibrio y la armonía. Se plantea la perfección técnica como elemento para conseguir la grandiosidad, el orden y la esencialidad que el clasicismo pretende. Las composiciones se fundamentan en figuras básicas como el triángulo y en la pureza de las líneas, colores y formas. Tres son los artistas más sobresalientes de este momento: Leonardo, Rafael y Miguel Ángel.
Leonardo da Vinci, educado en el taller de Verrocchio, es el pintor que nos introduce al nuevo estilo. En su Tratado de Pintura habla de ella como una actividad intelectual que reproduce la realidad; por tanto, ha de partir del análisis directo de la naturaleza, donde el artista deberá encontrar las reglas rectoras. Es función del artista investigar y experimentar para conceptualizar dicha belleza natural que en Leonardo se traduce en la aportación de logros fundamentales como su sentido de la psicología, la utilización del sfumato para la creación de atmósferas que desintegran los contornos e insertan las figuras humanas en sus paisajes y, como consecuencia, el uso de la perspectiva aérea: La Virgen de las Rocas (1483), la Última Cena del refectorio de Sta. María de la Gracia en Milán (1495-98) o la Gioconda (1503).
Rafael Sanzio, discípulo de Perugino, representa el lado refinado y elegante del clasicismo, logrando fijar el prototipo de idealidad artística renacentista. Entre sus numerosas obras destacan los frescos de las Estancias Vaticanas (1508-17), así como sus perfectos retratos y delicadas madonas.
Desde el punto de vista pictórico hay una marcada diferencia entre la obra juvenil de Miguel Ángel y su obra madura. La primera, realizada en Florencia, continúa la línea de su maestro Ghirlandaio, aunque manifestando un mayor sentido plástico y monumental en las figuras y más refinamiento en la expresión de la energía y el movimiento. La segunda, ya en Roma, supone la culminación del monumentalismo y la grandiosidad clásica en la decoración del techo de la Capilla Sixtina (1508-1512), convirtiéndose en plenamente manierista en los frescos del juicio Final para la misma capilla (1535).
b) La pintura manierista.
Tras la muerte de Rafael (1520) y el Saco de Roma (1527) asistimos a una modificación de los recursos expresivos de la pintura, con la vuelta al arte aristocrático y la pérdida de la claridad clasicista: el manierismo. Son recursos que rompen conscientemente con los ideales clásicos, acusando una extrema libertad que llega en ocasiones a ser arbitraria y plasmando una realidad deformada por la interpretación individual de los pintores.
Son varias las escuelas pictóricas que encontramos en Italia durante el siglo XVI, entre las que sobresale especialmente Venecia. Allí se mezcla la tradición oriental de los iconos, su afición por el color, la textura pictórica y el paisaje con la nueva intelectualidad renacentista, dando lugar a una pintura muy original y de enorme influencia sobre el Barroco. Las figuras que elevaron la pintura veneciana a su máxima expresión son Giovanni Bellini, maestro de Giorgione y Tiziano –favorito del emperador Carlos V-; y los más tardíos Tintoretto y Veronés, ya plenamente manieristas.
En Florencia, se impone el ideal manierista de la exacerbación –heredado del último Miguel Ángel- a través del gusto por las composiciones complejas, el simbolismo rebuscado, el uso de colores arbitrarios y la desproporción de los cánones humanos. Destacan Andrea del Sarto, Pontormo o Bronzino.
En Parma, la nueva pintura tiende hacia formas de extremado refinamiento, delicadeza y sensibilidad, en la pintura de Correggio o Parmigianino.
Roma no se repondrá de la pérdida de los principales artistas del momento. Sus sucesores, Vasari o Volterra, imitarán la grandiosidad de Miguel Ángel bajo un prisma de individualidad consciente de sus propias limitaciones.
En Milán, Cremona, Bolonia, Ferrara o Siena surgirán otros tantos nuevos pintores que explican por qué pudo florecer una nueva oleada de artistas geniales a principios de la época barroca.
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